sábado, 4 de diciembre de 2010

El Calafate, orillas del Lago Argentino (Argentina)

El Calafate es un pueblo a las puertas del glaciar Perito Moreno que, además de hielo como para millones de gintonics, arrastra miles de turistas que se dejan sus dineros en las tiendas, hoteles y operadores turísticos que abarrotan las calles de este pueblito, por lo demás no demasiado bonito. No es la clase de lugar que me gusta, aunque el animal solitario y huraño en que me está convirtiendo la Patagonia ha sabido encontrar una guarida a su medida.
La Cueva, así es como se llama mi madriguera en el Calafate, es un lugar inclasificable que hace honor a su nombre. A medio camino entre un bar y un refugio de montaña, mitad vivienda particular y mitad albergue abierto a esa clase de viajero tirado de la peor calaña, ofrece todo lo que puedo desear. Con las paredes llenas de pintadas, banderas y parches, con fósiles y piedras de las más diversas procedencias tirados por cualquier lado, cráneos de toda clase de animales y la más variopinta colección de material de montaña en desuso, se parece tanto a mi cuarto que me siento como en casa. Acogedora a pesar del desorden y la suciedad, o precisamente por ellos, creo que esperaré aquí hasta que el tiempo mejore y pueda continuar mi ruta hacia el norte, siempre hacia el norte.
Pero no adelantemos acontecimientos, antes de nada os cuento mis últimos días.
El día que dejé Puerto Natales el tiempo un poco revuelto me acompañó toda la ruta, que por fin discurría entre montañas y bosques siguiendo el curso de un pequeño río. El fondo del valle era ancho, con el río describiendo amplios meandros y a menudo formando pequeños pantanos, y enormes moles de rocas emergían a ratos entre la niebla mostrando sus cumbres nevadas. Con tan hermoso paisaje no tenía ninguna prisa, así que tras una jornada liviana acampé junto al río. A la mañana siguiente descubrí con sorpresa que durante la noche la nieve había cubierto las laderas hasta un poco más arriba de donde yo estaba, y ese día pedaleé con intermitentes borrascas de nieve y agua que, si bien no eran muy fuertes, me metían el frío hasta el tuétano. Esa tarde la dediqué a pasear por la morrena del glaciar Grey, admirado de los enormes y azulados bloques de hielo que flotaban en el lago y sintiendo el frío viento que provenía del lejano glaciar. A la noche, de nuevo, acampada junto al río Grey. En el lugar encontré muchos restos de plumas de canquén y pelos de liebre, lo que me hizo suponer que podía tratarse del comedero de un puma, así que, por si las moscas, instalé un perímetro de seguridad en torno a la tienda colgando calcetines usados de las ramas de los árboles, con la esperanza de que el olor a tigre, que es un felino mucho más grande, ahuyentara a cualquier puma en sus cabales.
Acampando de camino a Torres del Paine
Al día siguiente el viento era atroz, tuve que pelear contra él en una lucha titánica. Yo era el único ciclista en todo el parque, sorpresa y admiración de todos los turistas que, a través de las ventanas de sus vehículos, me animaban con sus gestos y hasta me sacaban fotos, llenos de cochina envidia. Seguramente esa noche muchos de ellos, arrebujados bajo los edredones de plumas en sus confortables suites de hotel, se preguntarían a sí mismos quién era ese apuesto jinete, ese llanero solitario entregado a tan quijotesca lucha contra el viento, sin molinos de por medio.
Yo, por mi parte, esa noche me preguntaba qué tal se estaría durmiendo en un cálido hotel, en una confortable cama. Cochina vida, nunca tenemos lo que queremos.
La jornada siguiente abandonada el parque, más nieve y lluvia, viento,... un frío de cojones, en definitiva, y un sentimiento de frustración al comprobar que las tan famosas Torres y Cuernos del Paine no son en realidad otra cosa que enormes nubes que cambian de forma y color a lo largo del día.
Lago Pehoe con los Cuernos del Paine al fondo, a la derecha.
A media mañana tuve un curioso encuentro. Pedaleaba por la ruta, peleando contra el ripio suelto y la calamina (la calamina no es si no un firme ondulado al estilo de las patatas rufles, que hace que te tiemblen hasta los empastes), e intentando que el viento no me sacara de la carretera, cuando delante mía cruzó un perro blanco siguiendo un guanaco que corría como alma que lleva el diablo. El perro se detuvo al verme, para alivio del guanaco, que pudo aflojar la marcha, y para mi inquietud, pues conozco ya la actitud de los perros hacia los ciclistas. Por precaución paré y tomé unas piedras del suelo, del calibre suficiente para saltarle un ojo si le atinaba bien, y me quedé esperando la reacción del perro. Para mí sorpresa, el perro se encaminó a mí moviendo el rabo amistosamente, con la cabeza gacha en señal de sumisión, y tras dejar las piedras en el suelo le hice unas carantoñas y en seguida fuimos amigos. No se veía un alma en kilómetros a la redonda y el perro, una vez me puse en marcha, decidió seguirme. Era una gozada verle correr tras cada guanaco, perseguir los ñandúes o desviarse ante cualquier pajarillo que se cruzara en su camino, incansable y juguetón. Paré a comer y compartimos unas salchichas, y a pesar de las trabas que supondría, yo ya me imaginaba el resto de mi viaje acompañado por un perro, y es que, ¿qué más puede pedir un jinete como yo, además de una jamelga de soberbias ancas como Formidable Yegua Aluminio? Hasta le puse nombre, Sarmiento, en honor del lago Sarmiento de Gamboa, a cuyas orillas lo había encontrado. Por desgracia, nuestra incipiente amistad se vio truncada a los 15Km de habernos conocido. Al llegar a una curva un camión apareció de la nada. Venía a gran velocidad, levantando una espesa nube de polvo, y a pesar de que lo llamé, Sarmiento no me hizo caso y se quedó en medio de la carretera, como esperando el camión... y es que lo debía esperar, pues el camionero era su dueño. Se detuvo, el perro corrió hacia él, se abrazaron cariñosamente y se fueron en el camión. Formidable Yegua Aluminio y yo volvíamos a estar sólo en el camino... pero qué importaba?
Sarmiento y Formidable Yegua Aluminio en en alto en el camino
Al día siguiente crucé la frontera por el Paso Río Don Guillermo, y para mi sorpresa, el viento sopló todo el día suroeste, y yo me dirigía hacia el noreste... increíble!!!! Ese día recorrí 105Km en apenas 5h, llegando a hacer, y no es una exageración, 23Km sin dar ni una sola pedalada... mi tordilla galopaba a la velocidad del rayo mientras yo echaba rápidas miradas al cuentakilómetros, que a ratos superaba los 60Km/h... un día glorioso.
¡Nos vemos en la ruta!
Al día siguiente, tras 20Km ciclados, por no jorobar el buen sabor de boca que me había dejado el día anterior, hice los 95 restantes hasta el Calafate cómodamente sentado en los asientos de cuero de una ranchera, con Aluminio en la cama del vehículo, ondeando sus crines al viento.
Ahora estoy preparándome mentalmente para la travesía de la Laguna del Desierto, que me llevará hasta Villa O'Higgins, inicio de la Carretera Austral. Se trata de un complicado paso andino que combina ruta de ripio, un lago que hay que cruzar a bordo de un barco y un tramo de senda impracticable que me obligará a portear mis 50 kilos de Yegua durante 6 ó 7Km. Pero antes, una visita al famoso glaciar Perito Moreno.
Por lo demás, el viaje marcha estupendamente. El estado de los caminos me hace circular con un ojo constantemente puesto en la ruta, mientras con el otro vigilo, a través del retrovisor, los vehículos que vienen por detrás; y eso, unido a que debo llevar medio cerrado el ojo que va a barlovento, está haciendo que desarrolle una mirada estrábica de los más atractiva. 
La sensación de soledad en la Patagonia, cuando llevas dos días pedaleando en medio de la nada, y sabes que te quedan otros dos para llegar a cualquier parte, es sobrecogedora. Te sientes pequeñito, muy pequeñito, y a la vez te dices, olé mis huevos. Y te acuestas emocionado y feliz ( y aterido de frío). Así es la ruta!

4 comentarios:

  1. aritz!! perra!! kopilotoz bidatzea besterik ez duzu egiten eta! horrela entrenatuta indurainek ez zuen inongo turrik irabazi izango. en fin titan, animo ta eutsi goiari!!!

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  2. Ez zaitez joan Chaltenetik Cerro Torrera (oinez) gerturatu gabe. Eta adi zakur janari lapurrekin Laguna Desiertoko Argentinar mugazainenean. Portzierto, enteratu zaitez O´Higgings lakua zeharkatzeko untziaren ordutegiaz heldu aurretik. Bici-stop-a denok praktikatu dugu Patagonian, ez zaitez horregatik larritu lagun! Beno ez dut ezer gehiago esango, zure ama ematen dut eta...

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  3. Portzierto, txirrindularekin hobe geratzen da argazkia jajajjaj:
    http://www.flickr.com/photos/txibi/2186460077/in/set-72157608143158539/

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  4. Esos calzetos son tu mejor aliado... y me temo que en breve un arma de destrucción masiva... Ji ji
    Oso gustora irakurtzen zaizu!
    Besarkada bat elurturiko Euskal Herritik!

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