miércoles, 29 de diciembre de 2010

Coyhaique, en la Transversal Austral

Creo que me estoy haciendo viejo. Me estoy ablandando y estoy perdiendo facultades. Esta mañana, cuando llegué a Coyhaique, una ciudad de apenas 50.000 habitantes, lo que sentí fue... en fin, cómo decirlo, me resulta embarazoso,... sentí... no sé, alegría, o alivio, o qué sé yo, pero el caso es que me gustó ver las calles abarrotadas de gente, las tienditas y los bares, los autos por las calles... hasta un semáforo que vi, y me he quedado pasmado mirándolo por un rato. Tan solo espero que no vaya a peor. Es navidad y en las calles hay árboles con adornos, a pesar de lo cual los críos se bañan en las fuentes y la gente come helado… el sur, el mundo al revés.
De cualquier modo, el camino hasta aquí no ha sido veraniego, ni fácil. Casi seiscientos kilómetros desde que dejé Villa O'Higgins, la inmensa mayoría de ellos sobre un ripio malnacido que haría parecer una autopista cualquier patatal de la Abaurrea. Y a pesar de ello estoy profundamente enamorado de la ruta austral, y hay un claro motivo: sal-va-je.

Sal-va-je!!!!!!!
Pongámonos en situación, este es vuestro primer día en la carretera austral:
 El repiquetear de la lluvia sobre la lona de la tienda de campaña te despierta. Miras el reloj y es temprano todavía, apenas si las siete de la mañana, y a pesar de que notas el saco húmedo y hace un poco de frío, decides seguir durmiendo un rato, sólo un ratito más. Te das media vuelta y sueñas que estás en tu cama, en tu casa… o en cualquier lugar seco y cálido. Vuelves a despertar al rato, son casi las ocho y ha parado de llover: decides que hay que aprovechar el momento, y armándote de valor sales del saco y te vistes. Los mismos culotes de ayer, la misma camiseta, las mismas botas… todo todavía húmedo después del chaparrón, a pesar de que anoche aguantaste con ellos puestos justo hasta antes de acostarte, para que se fueran secando. Por fin sales de la tienda y echas un vistazo alrededor. Una fina bruma que se rompe en jirones envuelve las cumbres nevadas de las montañas. Desde los neveros y glaciares se escurren numerosos arroyos que bajan por doquier formando pequeñas cascadas que desaparecen en los bosques. Los árboles son altos, frondosos, y crecen formando una maraña impenetrable que amenaza con cerrarse sobre la carretera, que no es más que una estrecha cinta gris en medio de un verdor infinito. Los arroyuelos llegan al valle y esparcen sus aguas sin orden ni concierto, formando pantanos y turberas por todas partes. La vegetación lo invade todo, se ven enormes helechos, plantas de hojas gigantescas, troncos caídos recubiertos de musgos y líquenes, bejucos que trepan por los árboles buscando la poca luz... hay algunas zonas despejadas, pero cuidado, son engañosas; abultadas almohadillas de musgos color herrumbre lo cubren todo, y si pisas ahí te hundes hasta la rodilla... algunos troncos erguidos en mitad del pantano, muertos y cubiertos de líquenes, como árboles fantasma, advierten del peligro. En fin, no hay tiempo que perder. Recoges todo, desayunas y te pones en marcha, rezando para que siga sin llover... al menos un rato.

Otro riesgo son las plantas carnívoras gigantes. La de la foto acabó convertida
en menestra, después de una dura lucha.
La primera parte del día pedaleas sin mayores contratiempos, la ruta es buena y cómoda, y tan sólo hay ocasionales chubascos que ni llegan a mojarte. Un día para disfrutar, en definitiva. Al mediodía llegas a un fiordo donde la carretera termina, y para continuar debes tomar una barcaza que en cuarenta minutos te planta en la otra orilla. Embarcas y observas, con gran pesar, que cada vez empieza a llover más fuerte. Para cuando llegas al otro lado llueve a mares y, tras embutirte en el traje de agua, abandonas la acogedora barcaza, con gran pesar. Por si fuera poco, lo único que sabes de lo que te queda de día, gracias a la información que has intercambiado con otros ciclistas que te has cruzado, es que te espera una subida de las buenas. Así que, a pedalear… y con alegría, eh?! que el desánimo es peor que la lluvia. Y como te habían dicho, a los pocos kilómetros del fiordo el camino empieza a empinarse, mientras tú subes piñones, bajas platos y te desesperas al ver que no es suficiente. Sigue lloviendo y tu campo de visión está limitado al manillar de la bici, una estrecha franja de camino y los bordes de la capucha, por los que ves chorrillos de agua que caen sin parar. La subida te hace sudar y empiezas a estar tan mojado como si no llevaras impermeable, metido en una sauna rodante y asfixiándote del calor. Sólo quieres que se acabe la subida, eterna subida, que a veces te obliga a desmontar y empujar la bicicleta, con los pies chapoteando dentro de las botas. Pero cuando por fin llegas arriba, después de diez kilómetros, te das cuenta de que la bajada, empapado como estás, va a ser peor, pues te vas a quedar helado. A los pocos kilómetros de bajada desearías estar en la subida de nuevo, te duelen las manos y tiemblas de frío, hasta el punto de que debes parar para golpearte las manos y mover los brazos. Por fin, a duras penas, tras cuarenta kilómetros bajo la lluvia, calado hasta los huesos, llegas a tu destino, donde por suerte vas a poder dormir a cubierto.

Durante días y días la escena se repite, con pequeñas variaciones. Por supuesto que no me ha llovido todos los días porque si no estaría cortándome las venas, pero digamos que si esto es tan verde, es por algo. Y al igual que después de alabar una buena cena queremos conocer al chef (bueno, eso no me ha pasado nunca…), no queda otra que, tras maravillarse con la exuberante vegetación de la carretera austral, conocer a su responsable... ley de vida. De cualquier modo, los paisajes, los ríos, los lagos, los bosques,… Jesús qué bosques, se me pone la carne de gallina… de verdad que no se puede expresar con palabras, la naturaleza aquí está virgen, no hay nada más que la carretera por la que circulas, tú y la tierra como fue en un principio… y Aluminio, claro (que luego me dice que me olvido de ella…)

Mención especial merece un pequeño pueblito a orillas del Pacífico, en la desembocadura del río Baker, llamado en los mapas Caleta Tortel aunque conocido internacionalmente como Tortitas. Tortitas es un curioso pueblo creado por un grupo de colonos que se vinieron a explotar la madera del Ciprés de las Guaitecas, un árbol que crece en estas zonas pantanosas y cuya madera es imputrescible, y la curiosidad de esta localidad es que no tiene calles. Al estar en una ladera sobre un terreno pantanoso, las casas están construidas sobre pilares de madera, y las calles han sido sustituidas por un laberíntico entramado de pasarelas de madera que suben y bajan y vienen y van, aunque hay gente que dice que ni suben ni bajan, ni vienen ni van, sino que simplemente están ahí, y que es la gente quien sube y baja y viene y va por ellas.
Vista parcial de Caleta Tortel, Tortitas para los amigos
Después he remontado el Baker a lo largo de varios días. Este es el río más caudaloso de Chile, con un caudal más o menos cuatro veces mayor que el Arga cuando se va de paseo por la Rotxa, y además de eso se ha convertido en involuntario patrocinador de mi viaje por estas tierras, gracias a la enorme cantidad de truchas que me ha proporcionado. Y es que las truchas del Baker me adoran, pues en cuanto me acerco con la caña a sus orillas, empiezan a saltar como locas peleándose por ver cuál de ellas muerde el anzuelo. Gracias a ellas he podido introducir una pequeña nota de color en mi, por lo demás, espartana dieta a base de pasta y arroz. Oh, gracias, Baker!
Y bueno, la verdad que poco más para contar. Me despido con un autorretrato, que ya estoy aburrido de poner fotos de paisajes.
Yo mismo tal y como soy.
La gorra que llevo me la regaló el mismísimo Burt Reynolds en una comida de despedida que hicimos antes de mi viaje. Como se puede apreciar, la gorra está dedicada a mi Formidable Yegua Aluminio.
Hasta otra…


5 comentarios:

  1. Urte berri on txapeldun! Dagoeneko egin duzu Austral bidearen zatirik gogorrena... Gaur buelta luzea egin dut txirrindulan zure omenez, biba zu!

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  2. Basalandare eder horietako haziak ikusten badituzu sartu zorroan, deskaltxos behatokian landatuko ditugu!
    Ez dago zu bezalakorik Aritz! Segi bixkor!
    Urte zaharra ondo amaitu eta berria hobeto hasi!
    Besarkada bero bat titán!

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  3. Urte berri on, Aritz,
    ez dugu atal bat ere galtzen eta hurrengoa irakurtzeko zain izan gaituzu.

    Interesgarria, ongi idatzia. Pedalak uzten dituzunean, idazterari ekin beharko diouzu.

    Mxxxxx

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  4. jodé primo, cada vez hilas más fino en tus redacciones... me estoy enganchando!! y no le quites méritos a Enrique Aja, que aunque tú sales muy mono... pues, cómo decirte... mira, jajaja

    http://t3.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcTGew1MYk7rQIvp-VdUeZ50zx8lDpMsGUCbAF_BZP22b-jr3fNl

    un abrazo, cuídate !!

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  5. Urteberrion Amezketa!! Enekien Hegoameriketan zinenik... Nire arrebak hortik darabil abuztutik ere, ta orain Chiletik dago...
    Ongizan ta laster arte.
    Borja

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